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El vivo legado de Josep
Fontana
“Los objetivos reales de la guerra fría están aún hoy
vigentes”, alerta el maestro de historiadores
En una carta a sus clientes más exquisitos, los
responsables de la banca J. P. Morgan comunicaban el pasado julio que se
obtenían márgenes de beneficios de los más altos de las últimas décadas y
admitían que era gracias a la reducción de salarios y prestaciones”. Es una
anécdota, claro; pero, primero, a saber cómo se ha enterado de ella el
historiador Josep Fontana (Barcelona, 1931), y luego, cómo eso le
sirve para liofilizarlo universal: “Entre 1973 y 2011 la productividad
mundial ha aumentado un 84,4%, mientras que la retribución de la hora lo ha
hecho un 10,7%; es lo que Paul Krugman llama ‘la gran divergencia”.
Durante años, hasta su jubilación en 2001, las
anécdotas de Fontana provenían de una carta de Isabel II o de Fernando VII; no
varió, pues, ayer la estrategia en el Máster en Historia del Mundo de la Universidad Pompeu Fabra de
Barcelona, donde este curso ha hablado de La guerra fría y su legado.
La de ayer era la última clase y, oficialmente, de su carrera, cumplidos los 80
años.
Citaba a Krugman ya avanzada la sesión, calmado
cierto acaloramiento por el cambio imprevisto de aula y la sorpresa de hallarse
con el triple de asistentes con relación a los siete alumnos del máster; ahí
estaban, entre otros, antiguos y conspicuos discípulos (los historiadores Eva
Serra, Jaume Torras, Joan Fuster, Josep Pic y Joaquim Albareda); hacerle eso a
él, hombre de costumbres y tan puntual.., “como mínimo, haberme avisado del
cambio de aula”, les regañó. Pero es que era su última clase: “¡Oh, qué cosa!
Sí, maestrazgo, ¡y tanto!”, lanzaba como cortafuegos para frenar elogios.
Como se debía a los alumnos “consumidores”, sacó
raudo el reloj y desenfundó un buen número de folios. “Siempre suele medio leer
las clases”, constataba una alumna, tan sorprendida como el profesor por la
ínclita asistencia.
Con los dedos meñiques encajando al milímetro las
hojas de su discurso, Fontana recordó que su generación creció con la lógica de
que “el progreso es el motor de la historia”, pero que “no ha sido un regalo de
las clases dominantes, sino fruto de su temor a las revoluciones y las huelgas
de principios del XX”. Libros recentísimos (“él es quien aún hoy hace los
pedidos de la biblioteca; tiene un ojo infalible: nunca caducan”, admitía un
profesor en voz baja) o textos privados de Eisenhower (pero ¿de dónde los
saca?) iban trufando la evolución del “engaño más grande inventado en la
historia”: la amenaza militar y comunista de la URSS. Trago de agua fría
directamente de la botella, necesario pero dominando el escenario: “Los
objetivos reales de la guerra fría están vigentes: garantizar la libertad de acceso
a materias primas y mantener el control dentro de las sociedades occidentales”.
Agitando una u otra mano, Fontana enlazó como
tácitamente todos esperaban, su discurso con su último libro, Por el bien
del imperio, y con la actualidad. La conciliación entre clases dirigentes
y proletariado iniciada en 1917 muta desde 1975 en un “desmembramiento a
conciencia” del Estado de bienestar. “Las clases dominantes no dormían tan
tranquilas por primera vez desde 1789”, lanzó en una de sus sibilinas
andanadas.
A partir de ahí sacó su arsenal preferido:
artículos de The Economist, The Guardian, The New York
Times de los últimos meses y semanas, alguno “descolgado esta mañana”,
como el de Krugman, y mucho Stiglitz (“es un superdotado: por capacidad de
análisis y síntesis”, decía otro veterano) iban trufando infinitas
conexiones: que si el déficit de los países del sur de Europa se ha producido
“en los últimos cuatro años por absorber deuda privada fruto de especulaciones
puras; vamos, el caso Bankia, que no se ha hundido por hacer escuelas
y hospitales”; que “autoridad y represión van juntos”; que “el déficit es solo
excusa para desmontar el Estado de bienestar”... En fin, que en los últimos 35
años “entramos en una nueva etapa” que demuestra que “la historia también puede
ser regresión”.
La clase fue corta (55 minutos) y Fontana atajó
los aplausos rápido: “Mañana haré lo de siempre”; o sea, ir al despacho, que
mantendrá, y atender a alumnos. “Lamento la suerte de los que os quedáis más
que la mía; hay que luchar por muchas cosas ahora”, dijo, enlazando así con la
última frase de su lección magistral: “El estudio de la historia ha de ayudar a
crear una conciencia de la historia”. Mejor que él en eso, pocos. O nadie.
EL
PAÍS, 12 DE JUNIO DE 2012